Cuando la Necesidad de Pertenecer se Vuelve Arma de Poder: La Ola 2008 ¿Puede la Rebeldía sin Causa Convertirse en Fascismo?

—¿Contra qué podemos rebelarnos? Ya nada tiene valor ¿verdad? Todos tienen su propio placer en mente. Lo que le falta a nuestra generación es una meta en común, algo que nos una.

La pregunta realizada en la película La ola de 2008 traspasa la pantalla y las décadas para sostenerse como una interrogante de nuestra época . En La Ola, el experimento de un profesor termina por revelar una necesidad latente, el deseo de pertenecer, de hacer cuerpo con otros, de encontrar una causa que justifique el malestar. Porque si hay algo que nos atraviesa es esa sensación de estar hartos, de no creer en nada y al mismo tiempo anhelarlo todo.

En tiempos donde la rebeldía parece haberse quedado sin dirección, la película pone el dedo en la llaga ¿Quién se está quedando con la energía de la insatisfacción? ¿Qué pasa cuando la rebeldía deja de ser emancipadora y empieza a vestirse de uniforme? ¿Qué ocurre cuando un personaje logra asimilar el descontento para hacerlo una causa autoritaria? 

Dirigida por Dennis Gansel y estrenada en 2008, La Ola (Die Welle) es una producción alemana basada en un experimento real ocurrido en California durante los años 60. La película toma la estructura típica de un drama adolescente, hay un colegio, un profesor carismático, una clase difícil de captar y un conjunto de estereotipos fácilmente reconocibles. Está el deportista popular, la chica nerd, el skater, los punks, el marginado. Gansel no los esquiva, los usa a propósito, como si construyera un catálogo de identidades adolescentes que se chocan entre sí.

Lo que hace el experimento es limar esas diferencias. El grupo, al institucionalizarse como movimiento, aplana las individualidades. Se pierde la identidad juvenil, con sus bordes y conflictos, pero también se gana la sensación de pertenecer a un todo, de no estar más solo frente al mundo. En ese sentido, el personaje más atravesado por el experimento es Tim, el chico que sufre acoso escolar, y que encuentra en La Ola por primera vez una contención que ni su familia ni sus pares le ofrecían.

En este vaciamiento identitario, donde cada diferencia se borra en nombre de una supuesta unidad, La Ola funciona como una metáfora inquietante de lo que Pablo Stefanoni llama la disputa por la rebeldía

A lo largo de ¿La rebeldía se volvió de derecha?, el autor plantea que muchas derechas contemporáneas están capturando el enojo, el inconformismo y la necesidad de romper con lo establecido. Ya no es la izquierda la que monopoliza la desobediencia, sino que son los autoritarismos, vestidos de orden, comunidad y pureza, los que logran canalizar el malestar.

En ese sentido, lo que Gansel muestra es cómo el deseo legítimo de pertenecer puede ser rápidamente capturado por una lógica de obediencia, vigilancia y exclusión. La comunidad, entonces, se vuelve peligrosa no porque exista, sino porque se construye sobre la anulación de la diferencia. Como dice Stefanoni, las nuevas derechas no ofrecen progreso, ofrecen sentido. Y eso, para una generación que siente que no hay nada en lo que creer, puede ser más seductor que cualquier promesa de identidad. 

No obstante, la película también muestra que la resistencia al autoritarismo nunca desaparece del todo. Karo, una de las alumnas más lúcidas, se convierte en la voz disonante dentro de la uniformidad creciente. Su decisión de no usar la camisa blanca, símbolo del movimiento, es mucho más que una provocación adolescente, es un gesto político. En un sistema autoritario, los signos visibles importan. El uniforme no es solo una prenda, es una forma de marcar quién está adentro y quién queda afuera. Al negarse a vestirla, Karo rechaza la lógica binaria de pertenencia que propone La Ola, donde el “nosotros” solo existe si hay un “ellos” excluido. Su cuerpo, sin ese símbolo, se vuelve incómodo en un aula donde la igualdad se construye a fuerza de homogeneización.

Su desobediencia no viene del afuera, sino desde adentro, y en eso radica su fuerza. En un entorno donde la pertenencia exige sumisión, Karo elige el costo de quedarse sola antes que renunciar a pensar por sí misma. 

Es así cómo se construyen dos frentes: uno a favor de La Ola y otro en su contra. Mientras el profesor naufraga en sus propios delirios de poder, cada vez más fascinado con la cohesión del grupo que él mismo creó, las adolescentes que se oponen al experimento intentan detener el avance del movimiento desde las herramientas que tienen a mano, el diario estudiantil, los volantes, la interrupción de las clases.

En esa tensión entre el orden autoritario y la resistencia aparece otro concepto trabajado por Pablo Stefanoni, la idea de que hoy el progresismo queda atrapado en el rol de defensor del sistema. Las chicas que reparten folletos que apelan a la palabra, a la argumentación, al disenso, representan ese progresismo institucional que intenta hacerle frente a un movimiento que ya no necesita justificar sus acciones, porque tiene una estética, una épica y una emoción colectiva que lo vuelve indiscutible.

El problema, como señala Stefanoni, es que la alternativa al fascismo parece “ una izquierda que se quedó sin imágenes de futuro para ofrecer, en parte porque el propio futuro está en crisis, excepto cuando se lo piensa como distopía". Pero esa defensa, aunque sea razonable, no conmueve. Las herramientas democráticas se perciben lentas, tibias, burocráticas. Frente a eso, La Ola ofrece algo más directo, pertenencia inmediata, comunidad sin fisuras, un enemigo claro. Y es en esa diferencia de intensidad donde el autoritarismo gana terreno. Mientras unos intentan debatir ideas, otros ya están viviendo una experiencia que según los propios adeptos al movimiento tiene con sentido último “la comunidad”.

A qué refieren los jóvenes de la película cuando hablan sobre comunidad es difícil de determinar, el concepto aparece más como un elemento opaco que se justifica en las tensiones previas de los adolescentes, tensiones que no se resuelven sino que se borran con la disolución de sus identidades en un proyecto que no tiene más sentido que la disciplina en sí misma. 

Pero entonces ¿Cómo escapar del autoritarismo? Tal como plantea Hannah Arendt, sólo aquellos que conserven la capacidad de pensar críticamente sobre sus actos tendrán el poder de anteponer su humanidad en un mundo sin parámetros morales claros. Cuando el mundo parece haberse quedado sin respuestas, cuando lo inadmisible se vuelve rutina y la moral comunitaria se fractura, la violencia ya no se presenta como algo externo, sino como parte del orden.

En ese escenario, la única posibilidad de resistencia es la reflexión. Pensar, en el sentido más radical del término, detenerse, interrogar, desobedecer incluso cuando hacerlo implique quedarse solo.

La Ola es una advertencia sobre cómo las formas del totalitarismo no siempre llegan con uniformes y banderas, a veces lo hacen disfrazadas de pertenencia, de comunidad, de algo que por fin tiene sentido. Frente a eso, pensar no es una opción estética ni un gesto intelectual, es una forma urgente de combatir la violencia.



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